La escritura, ¿cura?
Escribir es transformar al cuerpo. Porque se escribe con el cuerpo y también sobre él. Se hace cuerpo al escribir, o se hace el poema con el cuerpo (Pizarnik dixit), con el de cada cual.
¿Escribir cura? Sabemos de algunos que se han curado escribiendo. Claro que habría que aclarar de qué se han curado. De qué nos hemos curado.
Cuando el cuerpo se siente como una llaga ardiente, eso llama a escribir, obliga a escribir, necesita escribirse.
Por ejemplo, (casi) todos hemos sido adolescentes y eso nos llevó a escribir: una carta, un poema pésimo, una declaración, una despedida. ¿La carne, en sus descubrimientos siempre excesivos, empuja a escribir? ¿Pueden curarse la carne inflamada, la vida sorprendida, la razón inquieta? ¿De qué?
Hay lo incurable. La vida misma. Escribir, a veces, nos vuelve a poner en la vida cuando ella, la vida, parece abandonarnos.
Escribir es alterar el lenguaje, descubrirlo, derramarlo, volverlo a juntar. También es destriparlo, equivocarlo, vaciarlo, dejarlo desnudo.
Aquellos que se han curado escribiendo lo han hecho por ley de último recurso, porque no tenían otra cosa de qué agarrarse, porque si no, era un abismo puro y simple.
Lo que no cura es mandar a alguien a escribir como se manda a hacer ejercicios físicos o a hacer dieta. No es un recurso si se impone desde afuera. Claro que un taller de escritura en ciertos ámbitos puede abrir una oportunidad impensada para muchos, eso vale. Pero querer construir cada cual a su petit James Joyce…
Lacan afirma que escribir le evitó a Joyce sufrir una psicosis desencadenada. O sea, una psicosis atormentante como la que padecía su hija Lucía. A la que James intentó defender de los psiquiatras, dado que lo que ella padecía hasta el ahogo le recordaba que el lenguaje puede imponerse vistosamente a veces, cosa en la que él sabía creer. Pero la escritura no lo curó, a Joyce padre, del alcoholismo, de muchas violencias, de sus enfermedades de la vista, de todo lo que padeció –hasta la puntada del final– y que llevó adelante junto con su vida de escritor. Incluso parece que esa actividad de escritor era algo que emergía al margen, cuando el conjunto de esas tormentas se acallaba. Sin embargo, escribir era su apuesta mayor y vaya si lo llevó a lugares interesantes. Al menos interesantes para nosotros, sus lectores. De paso: ¿será que leer cura?
Schreber, otro loco célebre, nos cuenta que fue gracias a la escritura que pudo conservar la cordura ante los embates incontrolables de los fenómenos sobrenaturales que padecía. La escritura, desde la inicial, hecha de mínimos fragmentos trazados rápidamente sobre los mendrugos de papeles que constituían en ese momento su mayor tesoro. Esos casi residuos de escrito tomaron fuerza y forma hasta convertirse en alegatos –con los que reconquistó sus derechos– y luego en el libro de Memorias que le valió su fama póstuma. Esa escritura, lo dice él mismo, le permitió develar algunos misterios, así como plantearse la necesidad de tomar decisiones (o entregaba su “cordura”, o entregaba su cuerpo). Al entregar su cuerpo, pero sin dejar de escribir, recuperó un poco del mismo cuerpo que esos fenómenos pretendían arrebatarle. Entonces, sí: a veces, escribir cura.
Jorge Semprún, que no estaba loco de esa locura, cuenta que a poco de ser liberado del campo de concentración, se encontró ante la disyuntiva de vivir o escribir. De otro modo que Schreber, Semprún se salvó apenas de que le arrebataran el cuerpo. Cuenta que, luego de su liberación, sentía que, si escribía para testimoniar lo que había vivido y padecido, o lo que quienes estaban con él habían sufrido allí, eso atentaría contra la posibilidad de seguir vivo. Pudo hacerlo cuando sus intentos de regresar al mundo “normal” alcanzaron ciertos resultados. ¿Acaso, a veces, más que el escribir lo que cura es el vivir?
Escribir es también hacer con lo que se lee, es (re)escribir a otros. Como esa mujer que lee en otra mujer las heridas que la afectan, a la otra, pero también a ella. Y que entonces puede escribir desde sus heridas, apropiárselas, tomarlas. A partir de una identificación con un rasgo de otra reconocer lo que en ella hace rasgo y la identifica en su dolor, pero también más allá.
Probablemente escribir cura cuando se liga al vivir, con todo lo mortífero que eso implica.
Escribir, derramar lenguaje con el cuerpo. ¿Será eso la cura?
Septiembre-Diciembre/2021 (segundo año de la pandemia)
Leonardo Leibson Psicoanalista. Médico (UBA), Especialista en Psiquiatría (APSA). Docente de grado y posgrado e Investigador, Facultad de Psicología, UBA. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano. Docente del Colegio Clínico del Río de la Plata. Docente y Supervisor de Servicios Hospitalarios de Salud Mental (Argerich, Álvarez, Borda, Moyano, Esteves, etc.). Director médico de “el hostal, casa de medio camino”.
Autor de La Máquina Imperfecta. Ensayos sobre el Cuerpo en Psicoanálisis (Letra Viva, 2018), Los cuerpos freudianos y sus estados gozantes (Escabel Ediciones, 2020) y coautor de Maldecir la Psicosis (Letra Viva, 2013) y La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik (Letra Viva, 2018), entre otras publicaciones.
.